Prehistoria de los testigos: Empecé a escribir este cuento -que, finalmente, no es este cuento- en el avión, fascinado con una historia más bien trágica que acababa de escuchar al regreso de mi visita veraniega a Lima Limón: un muchacho había sido encontrado muerto en una cabina de internet con los pantalones abajo, frente a páginas pornográficas que explicaban mucho pero detallaban poco. Intenté como loco obtener más información sobre ese chico una vez pisé gringolandia; la historia ya se había apoderado de mí; le imaginé al muchacho (mi muchacho, el de mi historia, el personaje literario desprendido de aquella noticia tragicómica) una vida llena de desdichas que lo empujaron a desquites platónicos y puede que patéticos para muchos, pero que para él significaban su páramo todo, su excusa para vivir en esa Lima que lo sepultó. Y bueno, empezaba el relato con el interrogatorio maleadísimo de un oficial con la joven y guapachosa trabajadora del locutorio que encontró al muertito. El oficial poco interés tenía en detalles que, digamos, ayuden en la investigación: no dejaba de verle los pechos a la chica, e insistía una y otra vez en que le cuente qué páginas eran las que vio el pata antes de, si a ella también le gustaban esas paginitas, amiga, etc. ¿Cómo deformó esa historia más bien triste, detectivesca y reporteril, tramada con gotitas de Faulkner y Katzenbach, en el cuento que leerás a continuación? Vaya a saber el sereno. El día que la creación literaria encuentre explicación lógica el dinosarurio de Monterroso se volverá a dormir. Ya, poco floro.
Entrevistando a la testigo
Cuando me metió ese floro de ‘la primera vez’, me dije otro traumadito más que quiere cariñitos o trato especial, que lo bese, por ejemplo. Pero una vez que entramos en calor resultó que sí, era pito el huambrillo. Teníamos ya media hora en la vaina y el ñaño nada, el piquilín no se despertaba. La clásica de los pajeritos pues, con su perdón jefe. ¿Cómo lo sé? Esa es fácil jefecito. Le dices te dejo solo unos minutos papi, en lo que te relajas y me estiro un poco. Entonces le das la espalda, o sea yo le doy, no usted, y te haces la que se olvida que está ahí, pero es parte del truco: todavía estoy calata, hago como que me saco conejos, me estiro bien, sobándome el picho y todo, mientras, ajá, va captando jefe, el muchacho se toca el asunto solo y, magia, de bolsita de chupete a chisguete de carnavales, al palo, como dicen ustedes los limeños. De pajeros pues.
¿Cuándo sé a qué hora voltear? No se preocupe jefe, claro que entiendo, yo sé que preguntar es parte de su chamba. Pues qué le digo, supongo que una ya tiene de la vida su experiencia ¿no?, sus instintos. Dos años nomás jefe, desde que llegué de Iquitos.
Bueno, pasaron como diez minutos (nunca hago el truco por más de quince, el servicio es por una hora justita sino viene el Boni a tocar la puerta. Bonifacio, sí, el que lo encontró), y, digo, lo normal es que al voltear los encuentre ya armaditos, aprovecho y voy de frente para que la cosita no se baje, pero la situación del muchacho era otra. No jefe, cómo cree, yo tengo un hermano soldado allá en Manaos cuidando la frontera, mi mayor respeto por la oficialidad de mi país, no le estoy viendo cara de cojudo, así procedo en mi trabajo, quizás usted no ha necesitado visitar a una trabajadora sexual y no sabe. ¿Sigo? Pues el huambrillo seguía con la cosa bien baja súper baja, ashishito, pero no porque el truco no haya funcionado sino que funcionó demasiado bien, como dice La Loca. Sí, la trabajadora que entrevistó primerito. Sí, confirmo su declaración: el chibolo no sólo había levantado su cuestión sino que hasta terminó solito, usted sabe. Tremendo pajerazo. Yo no sabía si reírme o botarlo o besarlo, no jefe, no besamos, pero me dio tanta penita, el ñaño estaba llorando, su cara rojísima, sin mirarme a los ojos. Pero bueno, como una también tiene que trabajar (aunque de saber lo que pasaría después lo habría súper abrazado y nunca lo hubiera gritoneado), le dije que ya no llore como niña y que se vaya cambiando, so pajero, que quién se creía para hacerme perder el tiempo. Se secó los mocos y me dijo algo. No le entendí al principio, le dije ¿qué?, habla fuerte, y él que nada, que si por favor podía cambiarse solo. Como que me regresó la pena y le dije que bueno, total terminaste antes que acabe el servicio, voy a lavarme la boca por tanta chupeteada por las puras pero cuidadito con robarte algo sino el Boni te hace cecina. Se quedó calladito, hizo sí con la cabeza, me sentí mal de nuevo pero ni tanto, ya me había aburrido tanta huevada para serle sincera.
Cuando se cumplió la hora el Boni le tocó la puerta, dice. Yo estaba mirando la novela en la salita con La Loca. Y nada, dice. Que toca de nuevo y trata de abrir pero el chibolo le había puesto seguro. Escuchamos los gritos, abre conchetumadre, nos reímos, dije aparte de pajero, marmansho, el Boni lo va a matar. De ahí vino el ¡pum!, la puerta abajo. Pero ahora el que gritaba era el Boni, qué vocecita tenía escondida, dijo La Loca, grita como virgen. No me reí, le dije vamos a ver, algo me angustió el corazón jefe, no sé, como un súper malísimo presentimiento. Cuando llegamos ya se imagina, también grité, me puse histérica. La Loca decía ya nos jodimos, mejor nos escapamos, nos van a cagar charapa. Yo seguía como estatua en la puerta, temblaba todita de pies a cabeza, ni cuenta me di cuando el Boni salió del cuarto. De ahí supongo que los llamó, ustedes aparecieron al ratito nomás, y como ve nunca nos escapamos, si no hicimos nada malo. Y bueno, lo demás ya lo sabe, nos trajeron acá. Sí jefe, el calzón y el sostén son míos pero aj, ni loca los quiero de regreso. Oh, sólo decía jefe, pensé que me preguntaba para devolvérmelos. El cuchillo tiene que haberlo traído escondido él jefe, a las justas guardamos ropa y cosméticos en el cuarto. Gracias a usted jefe, pero ¿cuándo vamos a salir? ¿Mis amigas ya se fueron? ¡Qué súper bueno jefe!, ¿entonces ya me voy? ¿Ah? Claro que sí jefe, con todo gusto. ¿Aquí nomás? Claro que sí mi jefecito, yo me acomodo. Sí jefecito, estoy sin calzoncito, el difunto se lo puso pues.
Westlake, Enero del 2012